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Foto del escritorSergio Moreno Rodríguez

El Miedo

El miedo es una emoción que tiene muy mala prensa.


El miedo como emoción primaria es absolutamente imprescindible para sobrevivir. Nos permite entender y gestionar los peligros que atentan a nuestra seguridad e incluso a nuestra propia vida. Si no tuviéramos un mecanismo para que nuestro cuerpo se active y genere los mecanismos necesarios para apartarme de la vía cuando me va a aplastar un camión, la vida sería más complicada y seguramente más breve en la mayoría de los casos. El miedo es cuestión de vida o muerte. Gracias al miedo estamos aquí.

Pero, ¿existe un miedo no tan necesario?



Existe. Es ese miedo irracional que no responde a amenazas reales. El hombre es el único animal que sigue corriendo cuando el peligro ha pasado. EL miedo irracional nos hace gastar recursos de forma innecesaria, tanto físicos


como mentales. Cuando vivo desde el miedo, estoy percibiendo una amenaza recurrente en mi cabeza que no se corresponde con la realidad. Si todos los días salgo de casa pensando que me va a atropellar un coche, estoy generando un estado de tensión en mi cuerpo que gasta muchos recursos. Lo peor del asunto es que este estado tensional no lo puedo gestionar. No lo puedo canalizar. No puedo salir corriendo ni defenderme. Y no puedo debido a que no es una amenaza real.


Al no poder canalizar el miedo, esa energía intensa se queda encerrada en tu interior. Esta energía provocará somatizaciones, stress y ansiedad. E incluso enfermedades.

SI en el trabajo funciono desde el miedo, sin darme cuenta mi conducta se verá muy afectada. Seré muy conservador, cauto y temeroso a la hora de tomar decisiones o de relacionarme con los demás. La consecuencia es que los demás me percibirán como alguien con bajo rendimiento, por mi miedo a actuar. No hago propuestas, no innovo, no fluyo adecuadamente. Toda la energía la pongo en evitar que me echen. Mis relaciones serán tensas y defensivas. Mi percepción de las cosas muy sesgada. Todo esto puede acabar provocando que las cosas vayan cada vez peor hasta que me acaben echando o tenga que dejar el trabajo. El problema del miedo es ese: acabo provocando aquello que temo.


Ante el miedo, solemos tener varias actitudes para defendernos.

La primera es ignorar el miedo. Tratamos de ignorar aquello que percibimos como una amenaza, es vez de afrontarlo. Al ignorarlo, la bola del miedo se va haciendo cada vez más grande en nuestra cabeza. Nuestra imaginación es casi tan poderosa como nuestro miedo. Al no enfrentar el miedo cara a cara, no percibimos la realidad tal cual es.


En vez de ignorar el miedo, podemos hacernos la siguiente pregunta: si esto de verdad pasara, ¿Qué es lo peor qué podría ocurrir? Como dice un amigo mío cuando hablamos de este tema: ¿Cuál es el “suelo”? A partir de aquí somos más capaces de vislumbrar la situación de forma más realista, alejándonos del fantasma que nos habíamos creado en la mente. Si lo peor que podría pasar es asumible, ¿tendríamos recursos para enfrentarlo? Si la respuesta es sí, el fantasma se va haciendo cada vez más pequeño. Si seguimos enfrentando la situación, la siguiente pregunta es: Ok, puedo asumir lo peor, pero ¿cuántas posibilidades reales hay de que ocurra la peor situación? Aquí suele ser útil apelar a la estadística. ¿A cuántas personas conoces que les haya pasado lo mismo? ¿La probabilidad es alta, media, baja, casi nula? ¿Qué porcentaje puede haber? El fantasma sigue decreciendo. Seguiríamos con el razonamiento hasta la pregunta final: ¿cuántas posibilidades hay de que no pase nada? Seguramente más de las piensas.


La segunda estrategia es rechazar el miedo. “No, aunque esté pensando esto, es una estupidez pensar así”. Parece una decisión racional de entrada, pero el problema es que rechazo el miedo, pero lo sigo teniendo. Esto provoca que se agrave aún más. Cuando me resisto al miedo, lo hago más grande en mi cabeza.


Cuando esto ocurre, la estrategia es aceptar el miedo. El miedo a la enfermedad y la muerte. NO trata de rechazar esas realidades. Las acepto. Porque es algo real. En algún momento voy a morir y la posibilidad de enfermar es parte de la vida. Cuando acepto, el miedo desaparece.


Si en vez de rechazar el miedo a que me echen del trabajo, lo acepto y lo asumo como una posibilidad real, el miedo desaparace. Y lo hace porque dejo de poner el foco en aquello que me da miedo. Al dejar de poner el foco en el miedo a perder, puedo poner el foco en el trabajo, en producir, en crear. Al dejar de poner el foco en el miedo a la muerte, puedo poner el foco en la vida.


Cunado acepto los miedos, los grandes y los pequeños, lo que surge es comenzar a aprovechar la vida de verdad para usar tus recurso y habilidades para crear tu propio camino sin interferencias externas y sin trampas mentales.

Parece que hay que ser muy valiente para afrontar las amenazas de la vida, pero no se trata de ser valiente. Se trata, primero, de ser inteligente: ¿la amenaza es real o es un fantasma mental? Si la amenaza no es real, podemos cuestionarla. Si tiene visos de realidad, la verdadera valentía es aceptar el miedo y transformarlo en otra cosa.

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